viernes, 29 de julio de 2011

ESTAMBUL ( El Aliento )

Dicen que Mercan Dede es un derviche moderno... Nadie como él resume en música la esencia de Estambul, su mezcla de Oriente y Occidente, de tradición y modernidad... y las contradicciones de aunar todos esos mundos en una Ciudad hermosa y esférica hecha para ser caminada, para ser descubierta en cada recodo de sus callejuelas y sus gentes, para ser olida, saboreada, disfrutada, soñada... en cada una de sus tres orillas. 

Para ello nada mejor que viajar fuera de temporada y, después de un buen desayuno con gaviotas y vistas al Bósforo, olvidar el mapa en el hotel, dejar que tus pasos te alejen de los lugares ya conocidos -Mezquita Azul, Santa Sofía, Topkapi, Yerbatan Sarnici, Gran Bazar...-, y te lleven a la pequeña Sokollu Mehmet Paça con su escuelita coránica, su cementerio y su tiempo detenido... Para luego, tras contemplar en la antigüa estación de Sirkeci la llegada de un Orient Express imaginario, dejarse guiar por el olfato hasta descubrir en el bullicioso aledaño del Bazar de las Especias los escalones de subida a la Rusten Paça... y navegar un ratito en el silencioso verde esmeralda de sus azulejos. Y subir después la cuesta hasta la, no menos magnífica, mezquita de Solimán el Magnífico, respirar en las cuatro direcciones de su mirador los aires nostálgicos de sus tiempos de grandeza, y, tras rendir homenaje a Sinán, el arquitecto de Sueños, en su recoleta tumba, confiar en que esos mismos pasos te lleven al café Haliç y a un atardecer de oro en su Cuerno.

En fin... Hay tantos viajes como viajeros. Y hay también ciudades invisibles dentro de las visibles. Esta es sólo una de esas ciudades en una de las orillas de esa ciudad de múltiples nombres: Bizancio, Constantinopla, Estambul...

Otro día damos una vueltita por las otras orillas. Vienes?

M. G.
Estambul. Julio 1997, Mayo 1998, Agosto 2002 y, sobre todo, Diciembre 2006






Souffle ( Aliento )

                                          

                                                                          Istanbul

sábado, 23 de julio de 2011

EL CORAZÓN DEL MUNDO ( La Ciudad Perdida )

“Primero estaba el Mar.
Todo estaba oscuro.
No había Sol, ni Luna, ni gente,
ni animales, ni plantas.
El Mar estaba en todas partes.
El Mar era la Madre.
La Madre no era gente, ni nada, ni cosa alguna.
Ella era Espíritu de lo que iba a venir.
Ella era Pensamiento y Memoria”.
Cosmogonía Tayrona.

Ni se me había pasado por la imaginación viajar a Colombia hasta que una amiga me enseñó el folleto de una agencia de aventura que acababa de abrir destino allí. El programa del viaje me entusiasmó. Había de todo, incluido un trekking a un sugerente lugar: La Ciudad Perdida, en la Sierra Nevada de Santa Marta, la cordillera litoral más alta del mundo, sobre la costa Caribe, con picos de hasta 5.775 metros cubiertos de  nieves perpetuas.
Emprendí el viaje con ilusión desoyendo las recomendaciones de padres y amigos que me desaconsejaban viajar a un lugar que presagiaba peligro: inseguridad en las ciudades, atracos, guerrilla, secuestros, burundanga… Poco imaginaban que lo más peligroso de un país de gente entrañable, amable y hospitalaria iban a ser unas carreteras sin normas de tráfico, muchas veces impracticables, y una Naturaleza mayúscula, feraz y feroz.
Salimos de Santa Marta con destino al Mamey. De allí ascendimos, ya por pista, hacia la montaña, hasta el último lugar que admitía transporte rodado, por llamarlo de algún modo… Machete Pelao. El nombre, intimidatorio, evocaba turbulentas noches de alcohol y reyertas sangrientas, pero entonces sólo albergaba unos cuantos colmados-bar con mochileros preparándose para la aventura.
El cielo amenazaba una tormenta que no tardó en comenzar, justo cuando nos poníamos en marcha. Bien pertrechada con polainas, capa y otros útiles impermeables me dije: “Tormentas a mí…”. Horas más tarde me reía de mi arrogancia cuando, ya anochecido, tras cruzar varias veces un río irritado por la tormenta -una de ellas con el agua por la cintura-, empapada y embarrada llegaba a Adán, el primer campamento. No sé si el nombre tenía también algo de simbólico… 
Allí pudimos apreciar el valor de las cosas sencillas: una rápida ducha de agua helada, un estofado sobre el cual habíamos puesto a secar botas y calcetines, y nuestro primer contacto con los chinchorros. Conseguir subirse a uno, meterse en el saco y tapar el conjunto con la mosquitera era una obra de ingeniería y equilibrio que fuimos dominando poco a poco. Lograr dormir en ellos fue ya cosa de la necesidad.
La segunda etapa se desarrolló por terrenos aún más agrestes. La trocha nos iba adentrando en una selva de altura, no tan calurosa como la de llanura pero provista de su dosis de humedad, barro y mosquitos. De vez en cuando nos sorprendían los destellos azules de alguna mariposa morpho.
Llegamos al poblado de los Kogui, descendientes de los orgullosos Tayronas, aquellos que fundaron Ciudad Perdida allá por el año 600 y que se resistieron, terca y valientemente, a la conquista del Español hasta 1600. Era un reducto, apenas una sombra de lo que debió ser esa sociedad... sin embargo, sólo hay que fijarse en sus miradas para darse cuenta de que su espíritu sigue vivo.
Y, un poco más alante, el segundo campamento: Gabriel. Otro simbólico nombre y lugar. 

El tercer día, ya sin mulas, sólo con unos cuantos porteadores, tuvimos que continuar la subida cargando con nuestros propios enseres.
El agua, que ingenuamente creí que sería mineral y porteada, no resultó un problema: íbamos llenando la cantimplora con la que caía de la montaña. Afortunadamente, no hubo efectos secundarios… Sí fue, en cambio, un problema otra agua: la del río Buritaca, que bajaba muy crecido y que tuvimos que cruzar innumerables veces en un intenso zig-zag de orilla a orilla, con ayuda de cuerdas y de nuestros guías locales, sin los cuales una persona no estaría hoy viva para contarlo. 
Después de más de diez horas de caminata, y tras subir los iniciáticos 1.200 escalones, llegábamos a un lugar de belleza indescriptible del que las fotos son sólo un pálido reflejo: Teyuna, la Ciudad Perdida de los Tayrona.
Para los Tayrona, los "Hermanos mayores", y sus sucesores, los Kogui, este lugar es algo más que una montaña. Ellos lo llaman "El Corazón del Mundo", porque dicen que es desde ahí donde fluye la energía al resto del planeta. También nos llaman, sin rencor aparente, "Hermanos menores" pues, con nuestra ignorancia e inconsciencia desde nuestra supuesta "superioridad", estamos amenazando la supervivencia de la Tierra.
No hay más que añadir...

Después de vivir el sueño de pasar allí un día regresamos a la civilización, no sin que antes la Madre nos recordara quién manda de verdad: Otra tormenta nos retuvo en Gabriel donde, afortunadamente, pudimos refugiarnos.

Al día siguiente el espectáculo era desolador. Apenas veinte metros más allá del campamento enormes piedras y árboles arrancados de cuajo habían arramblado el camino. De hecho, éste había desaparecido durante gran parte de la bajada. Los alrededores del poblado Kogui, sus modestos maizales... todo estaba arrasado. Las mulas que iban a ayudar en el regreso a los compañeros más perjudicados por la aventura no podían transitar por allí... Así que, sorteando los obstáculos, abatidos y silenciosos emprendimos el regreso a nuestro mundo.

El viaje a Ciudad Perdida ha sido, sin duda, uno de los viajes interiores más potentes de mi vida; una importante cura de humildad; un regreso, pues, al humus, a la Tierra, a lo esencial, a lo que me nutre.
Con él comencé a comprender que la Tierra es un campo de Energía y de Conciencia, un Ser vivo que late bajo nuestros pies y respira a través de nosotros su aliento de Vida. 
Fue así que inicié una nueva etapa del Viaje, ahora ya sabiendo que no estoy sola pues cuento con Ella, con su escucha, inspiración y ayuda.

Gracias, Madre Tierra, por sostener todos nuestros pasos. 

M.G.
Colombia. Agosto 2007






La subida 1

La subida 2

La subida 3

Poblado Kogui

Koguis

Sin comentarios...

Madre e hijo

Niños Kogui

El Río

Cruzando

Porteador

 Campamento Gabriel. "Dormitorio"

Buscando el camino

Subida a Ciudad Perdida

El Camino

Llegando...

Las plataformas

Amaneciendo

"Pista de aterrizaje"

Desde arriba

La Ciudad 1

La Ciudad 2

La Ciudad 3

La Ciudad 4

Niñas Kogui

Mariposa curiosa

Mariposa amiga

Yin

Yang

Oscureciendo

El regreso

                 
                                                                         Despedida

                            

martes, 19 de julio de 2011

MILONGA...

LOS HADZABE ( Tanzania ). La Edad de Piedra

Uno de los atractivos del viaje a Tanzania, amén de la posibilidad de contemplar animales en estado salvaje y un puñado de amaneceres-atardeceres, mi debilidad, era visitar la tribu de los Hadzabe.
El guía recibió mi curiosidad con perplejidad. No entendía cómo podía estar tan interesada por esa panda de desharrapados excéntricos…
Había leído que los Hadzabe, una de las tribus de cazadores-recolectores más primitivas del mundo, pertenecientes al grupo étnico khoisán, el linaje humano con el ADN más antiguo, sobrevive al sur del cráter del Ngorongoro, cerca de la garganta de Olduvai -lugar clave para entender la evolución del ser humano-, en las inmediaciones  del lago salado Eyasi, en una zona demasiado caliente y seca como para ser aprovechada por enclaves más civilizados. Llevan 10.000 años habitando la región anclados en el paleolítico, manteniéndose como nómadas con  la recolección de raíces, tubérculos, bayas, larvas, huevos, miel… y con la escasa caza que va quedando en su cada vez más menguado territorio. No hay censo, pero se estima que quedan algo más de 1.000 individuos.
También leí que en la sociedad Hadzabe no existe la propiedad particular. A excepción del arco y un número limitado de flechas, del que cada cazador se hace responsable, los pocos enseres que posee el grupo son de toda la comunidad.
Pero esto viene en cualquier link de internet…
Durante el viaje me fui enterando por Juno, otra guía bastante más entusiasta de la etnografía, de más datos, anécdotas y de la referencia bibliográfica que paso más abajo.
Entre otras cosas supe que dan un gran valor a sus sueños, muchas veces premonitorios, como fuente de información y de “comunicación” entre individuos de diferentes familias; que tienen una insólita, para nosotros, e intensa presencia en el presente ( Me contó que una turista sacó una foto polaroid a uno de ellos y se la dió. Él la miró un instante y la tiró al suelo. Sólo era un trozo de papel muerto, inservible e incomestible…); y que aprovechan al máximo los recursos naturales: Una vez un grupo de cazadores consiguió matar un Eland, el mayor antílope africano, que puede llegar a pesar 900 kgr. En un tiempo récord habían acudido al lugar otras familias. Como no podían conservarlo ni llevárselo, salvo algunos trozos, se quedaban allí y comían hasta hartarse. Al cabo de una semana el animal hedía y seguían llegando, y comiendo…
Salimos antes del amanecer caminando. No había mucha distancia desde nuestro camping. Al llegar nos encontramos con un grupo de unos 20 hadzabes que paliaban el intenso frío arrimándose a unas mortecinas brasas, mujeres con niños por un lado y hombres por otro. Éstos además se calentaban por dentro fumando unos "canutos" fenomenales que no llegué a saber de qué se componían. No doy muchos más detalles. Las fotos, con no ser buenas, son lo suficientemente explicativas...

Después de que nos  mostraran con orgullo sus arcos y las diferentes puntas de flecha que empleaban según el tipo de animal a abatir, emprendimos la “expedición” de caza con ellos. Estuvimos merodeando entre los arbustos toda la mañana bajo un sol ya inclemente, siguiéndoles como podíamos, casi al trote, hasta que se hizo evidente que la cantidad de agua de nuestras cantimploras era insuficiente -A ellos no les ví beber-, y que ya podíamos ir encargando unas pizzas para la comida...

Intenté ponerme en su piel y colaborar en la búsqueda de alimentos. Fue desalentador. Apenas encontré más que algunos tamarindos salvajes y unos higos chumbos leñosos. No estaba tan desesperada como para animarme con los insectos... Y de manejar el arco ni hablamos.
Su entusiasmo, en cambio, no parecía menguar a pesar de que lo único que cazaron fue un ratoncillo y un pajarito apenas más grande que la flecha que lo ensartó. Tampoco mostraron mucha frustración cuando fallaron el tiro a un mono y se escapó. En cambio sí que les noté muy inquietos intentando recuperar la flecha errada que quedó en la copa de la palmera. Su punta de metal era demasiado valiosa como para darla por perdida.

Ya de regreso seguía sin entender qué hacía esta gente en un lugar donde, claramente, no había caza, al lado de zonas habitadas. No me cuadraba, cuando el patriarca exhibía una cojera como consecuencia de la embestida de un búfalo y otro hombre unas tremendas cicatrices resultado de la lucha con un leopardo en su juventud.

Luego me enteré. Qué ilusa...! Estaban allí porque allí llegábamos los turistas, una fuente de ingresos. Ese dinero "civilizado" que conseguían de nuestros guías y de vendernos algunas artesanías lo gastaban en comprar... básicamente alcohol, con el que se emborrachaban en los tugurios locales. Ese era el precio de su orgullo de cazadores y de su dignidad como pueblo.

"Esta es, pues, nuestra contribución a la supervivencia de los Hadzabe", pensé.

Hubiera preferido no visitarles. Pero ya estaba hecho. 

M.G.
Tanzania. Agosto 2008

"Africa, A biography of the continent". John Reader












sábado, 16 de julio de 2011

MANU ( Los Machiguengas )

Poca gente ha tenido la fortuna de asomarse a ese paraíso de la biodiversidad que es Manu y hacer algo mejor que contarlo: revivirlo sólo con cerrar los ojos.

No tenía entonces cámara digital, las fotos que acompañan las hizo mi amigo y compañero de viaje Luis Madrid con la suya, así que la mayor parte de esas imágenes quedaron grabadas únicamente en mi memoria. 

Cómo describir el viaje desde el Cuzco ascendiendo por una carretera serpenteante, entre resecas terrazas de cultivo, cruzando pueblos anclados en sus laderas y en un pasado colonial, para encontrar, arriba de la cordillera, unos túmulos, especie de apachetas, resto de cultos incas olvidados...
Y más arriba, pasados los 3500 metros, ya entre la niebla, sentir que apareces en otro mundo, un bosque nuboso de insólita vegetación preludio de lo que nos esperaba abajo.
De ahí resbalamos, literalmente, entre la lluvia y las cascadas de la yunga hasta que una de las quebradas de la ceja de selva nos depositó en un enorme meandro del río, todavía a dos días del paraíso prometido.

Cómo describir el delirio cromático de mariposas y aves; el vértigo de saber que en esa selva se ocultan especies que desaparecerán antes de haber sido "descubiertas"; la sensación de libertad surcando el Alta Madre de Dios y el Manu taladrando con la vista las orillas para no perder detalle; la alegría de ver pescar y jugar a las nutrias en las cochas, volar los guacamayos azul-amarillo y a los rayadores cortando con su pico la tela del agua mientras sus pollitos esperan la comida en los bancos de arena... Y poder desembarcar en uno de ellos con la sensación de pisar una tierra que no ha pisado nadie antes, en un lugar lejos de todas partes donde el tiempo parece haberse detenido.
Cuánta belleza...!!

Esto es lo más cerca que he estado de una expedición como ésas que soñaba de pequeña, cuando veía los documentales de Sir David Attenborough…

Fue una delicia contemplar tan cerca caimán negro, nutrias gigantes, gallito de las rocas, pato de los torrentes y las collpas de los guacamayos. Nos falló el jaguar, que no vimos pero que seguro nos vio a nosotros...-a la mañana siguiente de una noche lluviosa había huellas al lado del campamento-, y tratar más de cerca con los indios Machiguengas, pueblo que ha conseguido sobrevivir a las inclemencias de la Naturaleza y a nuestros afanes colonizadores escondiéndose en la selva, luchando silenciosamente por preservar sus tradiciones y mantener una dignidad que nosotros hemos perdido hace tiempo…. Una historia contada por Vargas Llosa en su novela “El Hablador”.

Y también tuvo su puntito de aventura salir de allí en avioneta -no hay más que ver la "torre de control" y la pista de aterrizaje- y cruzar los Andes en medio de una tormenta con la ansiedad de llegar tarde a nuestra siguiente cita: el tren a Aguas Calientes, Macchu Picchu. Pero esa es otra historia…

Todo esto, y mucho más, estaba dormido en mi memoria y compartirlo con vosotros lo ha hecho despertar. Así que, os doy las gracias por ayudarme a disfrutar del viaje por segunda vez...

M. G.
Perú. Agosto 2003


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