martes, 9 de agosto de 2011

INDIA DEL SUR. 8- EL PUNTO DE RUPTURA.


En los viajes de estas características habitualmente hay un momento en el que el golpe se manifiesta. Esto suele ocurrir al principio, cuando aún no has hecho “callo”, o, por saturación, hacia el final del viaje. 
O no. A veces sucede cuando menos lo esperas, mostrándote la vulnerabilidad de tus mecanismos de defensa. También a veces se insinúa un poco antes, como un presagio. Hay que estar atento a esto... 

Después de ese punto de ruptura, la mirada, y con ello el viaje, cambian (Recuerdas, Pablo, el niñito atado al árbol de tu viaje?).

En mi caso el punto de ruptura fue en Madurai. Hubo un pequeño atisbo de camino, creo. Fue un zapatero. Uno de tantos, de esos que trabajan en el suelo, en la acera. Tenía ahí expuestas unas pocas chanclas que arreglaba y lustraba. Cualquiera de nosotros ha tirado a la basura zapatos en mejor estado... Había algo en su gesto que no sabría definir, como un enorme cansancio. Se notaba que aquello era lo único que tenía, que ya es mucho en estos casos... Me dí cuenta de mi intento para que esa imagen no se grabara en mi disco duro, para pasar a otra cosa.

Esa tarde salíamos del templo. Ya llevaba unos días dándole vueltas a una idea, pensando con enfado que si todo el esfuerzo y dinero empleado en erigir templos a hipotéticos dioses y en mantenerlos a ellos, -los templos-, y a los que los representan, en toooodo tiempo y lugar, se hubiera dedicado, se dedicara, a mejorar las condiciones sociales (educación, sanidad, vivienda, trabajo digno...) de las poblaciones, este mundo podría ser, sería, muuuy distinto. Llamadme idealista...

Enfrente de la puerta Este hay un mercado con sastrerías (algunas apenas un hombre tras una máquina de coser de pedal) de esas que te elaboran un traje en dos horas, y lo más parecido a nuestras mercerías. El enclave es extraordinario: los restos de un anejo al templo, con columnas, esculturas y bajorrelieves esculpidos en granito están lamentablemente cubiertos por el polvo, la mugre y la desidia de lustros. 
 
Salíamos de allí y lo vi: Un muchacho minúsculo, no sé si por carencia o herencia, estaba sentado en un mugriento escalón. Cosía los ojales de una camisa de un blanco inmaculado, impecable. Sus ojos eran como dos canicas, limpios y vivos, sus gestos con la aguja rápidos y precisos. Con él estaba una mujercilla escuálida y desgreñada de sari harapiento y un niño de, tal vez, tres años que jugaba con un paraguas raído, remendado y comido por el sol. No sé qué grado de parentesco tendrían. La sordidez del conjunto contrastaba intensamente con la blancura luminosa de esa camisa que ninguno de los tres podría nunca ni soñar llevar... 
Ver y comprender aquello me conmovió profundamente. Sentí una gran compasión por aquel muchacho, bueno, por los tres. No hablo de lástima, era otra cosa... No es que me pusiera en su piel. Es que, por unos instantes, me sentí en su piel.
 
Entonces ocurrió. Noté cómo aparecían en mi interior una mezcla de indignación, desesperanza, enfado y profunda tristeza. Y una tremenda desolación, un asco vital enorme... me subió por la garganta y brotó por los ojos. Tuve que hacer grandes esfuerzos para contenerme, para no gritar.

Y todo por el contraste de una tela blanquísima con una vida sin luz, sin color ni esperanza... Qué cosa.

Muchas veces el viaje no te trae respuestas, sino más preguntas. Estos puntos de ruptura son buenos detonantes.

No hay foto de esto, pero la imagen está impresa, indeleble, en mi memoria. No quiero olvidarla. Sé que aunque quisiera no podría...

INDIA DEL SUR. 7- MADURAI. La ciudad del néctar

Acaso no siente la brisa del sur que llega de la ciudad...?
Esa brisa viene cargada de aromas de azafrán, cebolletas, pasta de sándalo y almizcle...
Trae el olor de la buena comida, ya que atravesó el humo de los bazares, donde se fríen las crepes en puestos infinitos...
Está espesada con el humo de los sacrificios...
La acaudalada ciudad no queda muy lejos y no hay que tener miedo.
Aunque viaje solo, no encontrará ningún peligro en el camino.

Silappatikaram

Cuando leí esto, con asombro, no pude dejar de recordar los versos de Kavafis, su Viaje a Ítaca.

Fue después que supe que este texto pertenece al equivalente tamil de la Odisea.
Qué bueno!! Parece que es cierto que los caminos, finalmente, se cruzan...

Madurai, la segunda ciudad más importante del estado de Tamil Nadu, es una de las más antiguas de la India. Se dice que se formó al caer una gota de néctar del pelo de Shiva...
Ya constan sus relaciones comerciales con Grecia y Roma allá por el S. IV a.C. Después pasaron por ella Pandyas, Cholas, invasores musulmanes, y las dinastías reales Vijayanagar y Nayak... hasta que los ingleses y su Compañía de las Indias Orientales se hicieron cargo de la situación.
Fue también lugar de reunión de escritores y poetas desde el periodo Sangam, con sus academias, en el 300 a.C. Sus poemas de amor apasionado y guerra, que me hacen evocar los de Omar Jayyam, pueden resultar chocantes en una cultura vinculada a la espiritualidad. Aunque, bien mirado, tal vez antes de alcanzar el cielo haya que pisar firmemente la tierra...

Después de esto esperaba respirar historia y poesía en esta ciudad. En cambio, me encontré con algo más prosaico: otra ciudad india. Es el riesgo que se corre cuando se tienen expectativas...

Madurai es también el más importante centro religioso y de peregrinación del sur de la India. Muestra de esto es el, para mi gusto, más excesivo que grandioso, templo de Sri Meenakshi con sus 180.000 metros cuadrados y doce torres de hasta 52 metros (no sé porqué pero verlas emerger entre los edificios me recordaba los templos de Tikal emergiendo de la selva...Tal vez por su magnitud y su forma piramidal). 
Sri Meenakshi también tiene su leyenda: Meenakshi era una hermosa diosa de ojos de pez con tres pechos. El sobrante desaparecería cuando fuera desposada por Shiva, y así ocurrió. Los devotos todavía llevan a la imagen de Shiva a pasar la noche con la diosa y lo traen de vuelta por la mañana. Y que luego digan que el amor no puede durar para siempre...
Más allá de la leyenda, este templo es una ciudad dentro de la ciudad llena de tiendas de artículos devocionales y más... en la que, aprovechando el domingo, familias enteras pasan el día (después de hacer cola a la entrada y ser cacheados). Es lo más parecido a un parque temático...

Poco más queda del antiguo esplendor de Madurai. Los tradicionales edificios con balconadas de madera han sido sustituidos por otros modernos sin ningún encanto en un urbanismo desordenado y cochambroso.

Así que, visto lo visto, después de la visita intentamos encontrar un bar para tomar una cerveza. La tarea resulta ardua... Sólo hay tiendas, la mayoría joyerías en las que se encargan las dotes de las hijas casaderas. Los pocos hoteles que encontramos no tienen bar y no parecen entender lo que les preguntamos (Lost in translation versión india...) o no nos ponen buena cara. Por otro lado, hay un toque de queda alcohólico fijado a las 23h... Tenemos que aguzar el ingenio y afinar bien los radares para encontrar lo que buscamos. Damos con ello entrando al “bar” de un hotel (un antro oscuro con neones, un aire acondicionado helador y sin baño para mujeres), de forma casi clandestina, por el garaje. Las escena se repite más tarde en la cena... 

"Qué es lo que falla aquí?" me pregunto... Porqué un gesto para nosostros tan cotidiano como tomar una cerveza es aquí aún más difícil que en el resto de India? 
Luego caigo en la cuenta de que se trata de una ciudad de peregrinación y de que el hinduísmo, en su extremo, es estrictamente vegetariano y reniega del alcohol.

Y recuerdo una escena de otra película, ésta con el islam como fondo, en que un muchacho se extraña de que un devoto beba cerveza. Entonces éste le dice: "Si tu fe es como este vaso de agua un poco de vino la teñirá. Pero si tu fe es como el océano, un vaso de vino no se notará".

Pues eso... Ya lo decía Jayyam.