Nos dirigimos a ver otro de esos monumentos de nombre impronunciable. Esta vez no es un templo, aunque sí un lugar de culto, la estatua megalítica de un personaje venerado, también de enrevesado nombre: Gomateshwara o Bahuvali. Cada 12 años cientos de miles de personas acuden y, en silencio, le arrojan leche y lo embadurnan con ghee (mantequilla clarificada) y especias. Qué fuerte...!
Leo en la guía que se encuentra en la cima de una colina rocosa de 950 metros y que hay que subir unos 614 escalones para salvar los 150 metros de desnivel que separan la entrada de la estatua, nada menos que de 18 metros de altura, terminada en el 983 de nuestra era. Alucinante...
El monumento es un lugar de peregrinación para los jainistas, esa corriente derivada del hinduísmo, para algunos su versión más pura, para otros una no religión ya que no cree en un ser supremo, aunque sí en que cada ser vivo tiene alma.
El jainismo defiende la no violencia, la acción, fe y sabiduría correctas y lleva sus ideología al extremo de taparse la boca con un paño para evitar tragar algún insecto y usar una escoba para evitar pisarlos a su paso. Así mismo, no cultivan la tierra pues consideran que en ese acto mueren muchos animales...
Sus adeptos suelen vestir de blanco y, en su versión más extrema, van desnudos, como muestra de absoluta renunciación a lo material.
Curiosamente, muchos de sus cuatro millones de practicantes han derivado su actividad hacia el comercio y la banca en la que son muy reputados y prósperos aunque, eso sí, austeros y vegetarianos.
Luego nuestra guía nos cuenta algo más de la singular historia... Bahuvali era un príncipe de casta guerrera que pasó mucho tiempo luchando contra su hermano por cuestiones sucesorias. Cuando, por fin, ganó fue consciente de la futilidad de la lucha y de las inquietudes mundanas, renunció a sus derechos y se retiró. Vaya...
Ya casi llegando veo un monte de piedras graníticas de caprichosas formas, como en equilibrio, entre las que crece la vegetación. La humedad ha creado un efecto desteñido sobre ellas. Esta "pedriza" me recuerda algunos paisajes orientales reproducidos en pinturas taoístas y zen. "Este lugar tiene algo", me digo... Nuestra visita está justo enfrente.
Dejamos los zapatos en una consigna y caminamos hacia la entrada al "monumento".
En un enorme meño granítico hay unos escalones tallados en la roca que ascienden hasta donde llega la vista. Saludo simbólicamente y comienzo la subida. El tacto de la piedra en mis plantas es tibio y suave, diría que acogedor y estimulante. El tamaño y longitud de los escalones los hace fáciles de subir.
Empiezo a sentirme muy bien, contenta y a la vez calmada, como distraida y a la vez capaz de percibir pequeños detalles en lo que me rodea. Es un estado de atención especial que no sabría describir.
Llego a una arcada bajo la que hay unos cinco perros tumbados, adormilados, y al pasar a su lado se ponen a ladrar como locos y a agitarse a mi alrededor. La reacción de los animales, insólita, más que sobresaltarme, me resulta divertida; no me saca de mi ensimismamiento.
Pasado un templo con magníficas vistas sobre el valle y el pueblo los escalones continúan. Enormes rocas están integradas en los muros de un recinto, o los muros están integrados en la naturaleza... Los escalones son más altos ahora pero, curiosamente, me noto menos cansada que al empezar. Los subo casi saltando y muy alegre. No sé de dónde sale esa alegría...
Me sorprendo al ver sobresalir una enorme cabeza del perímetro de unos muros. No puedo creer que haya llegado ya!
Traspaso la puerta y lo que veo me sobrecoge.
No es ya el imponente tamaño de la figura, ni sus extrañas proporciones (la estatua está hecha para ser mirada desde abajo, en contrapicado), ni su manufactura... Es lo que emana, lo que transmite ese trozo de piedra. Es su simbolismo. Alucinante!
Sus pies están sobre una flor de loto, bien enraizados, como hundidos en la Tierra, rodeados de hormigueros entre los que asoman serpientes sonrientes. A la vez su cabeza se proyecta hacia el cielo sugiriendo una vertiginosa verticalidad.
Unas plantas entre sus piernas suben enroscándose a sus muslos y brazos simbolizando su perfecta integración en la naturaleza. Me recuerda a los protagonistas de esa película, Avatar...
Su porte, fuerte pero relajado, transmite una potente determinación, un autodominio no rígido sino calmado...
La sensación de paz que irradian los rasgos de su cara, -los ojos semicerrados en mirada periférica, los labios esbozando una sonrisa...-, es desarmante y contagiosa.
Y el efecto del conjunto resulta hipnótico...
El tiempo parece detenerse, el ritmo de los pensamientos se enlentece... Todo queda en suspenso ahí. Cuesta muchísimo marcharse de ese lugar tan especial.
Desgraciadamente, no hay fotografía o imagen que pueda reproducir ese ambiente, esas sensaciones, ese "estado místico"(¿?) que más de uno coincidimos en experimentar.
Algunos dirán que se trata de sugestión. Otros que se debe a las características geológicas de la zona, que el granito es una piedra radiactiva... Otros pensarán que me había tomado alguna cerveza antes de hora...
Yo sólo puedo decir que el Guerrero Pacífico me traspasó con su espada invisible...
En un enorme meño granítico hay unos escalones tallados en la roca que ascienden hasta donde llega la vista. Saludo simbólicamente y comienzo la subida. El tacto de la piedra en mis plantas es tibio y suave, diría que acogedor y estimulante. El tamaño y longitud de los escalones los hace fáciles de subir.
Empiezo a sentirme muy bien, contenta y a la vez calmada, como distraida y a la vez capaz de percibir pequeños detalles en lo que me rodea. Es un estado de atención especial que no sabría describir.
Llego a una arcada bajo la que hay unos cinco perros tumbados, adormilados, y al pasar a su lado se ponen a ladrar como locos y a agitarse a mi alrededor. La reacción de los animales, insólita, más que sobresaltarme, me resulta divertida; no me saca de mi ensimismamiento.
Pasado un templo con magníficas vistas sobre el valle y el pueblo los escalones continúan. Enormes rocas están integradas en los muros de un recinto, o los muros están integrados en la naturaleza... Los escalones son más altos ahora pero, curiosamente, me noto menos cansada que al empezar. Los subo casi saltando y muy alegre. No sé de dónde sale esa alegría...
Me sorprendo al ver sobresalir una enorme cabeza del perímetro de unos muros. No puedo creer que haya llegado ya!
Traspaso la puerta y lo que veo me sobrecoge.
No es ya el imponente tamaño de la figura, ni sus extrañas proporciones (la estatua está hecha para ser mirada desde abajo, en contrapicado), ni su manufactura... Es lo que emana, lo que transmite ese trozo de piedra. Es su simbolismo. Alucinante!
Sus pies están sobre una flor de loto, bien enraizados, como hundidos en la Tierra, rodeados de hormigueros entre los que asoman serpientes sonrientes. A la vez su cabeza se proyecta hacia el cielo sugiriendo una vertiginosa verticalidad.
Unas plantas entre sus piernas suben enroscándose a sus muslos y brazos simbolizando su perfecta integración en la naturaleza. Me recuerda a los protagonistas de esa película, Avatar...
Su porte, fuerte pero relajado, transmite una potente determinación, un autodominio no rígido sino calmado...
La sensación de paz que irradian los rasgos de su cara, -los ojos semicerrados en mirada periférica, los labios esbozando una sonrisa...-, es desarmante y contagiosa.
Y el efecto del conjunto resulta hipnótico...
El tiempo parece detenerse, el ritmo de los pensamientos se enlentece... Todo queda en suspenso ahí. Cuesta muchísimo marcharse de ese lugar tan especial.
Desgraciadamente, no hay fotografía o imagen que pueda reproducir ese ambiente, esas sensaciones, ese "estado místico"(¿?) que más de uno coincidimos en experimentar.
Algunos dirán que se trata de sugestión. Otros que se debe a las características geológicas de la zona, que el granito es una piedra radiactiva... Otros pensarán que me había tomado alguna cerveza antes de hora...
Yo sólo puedo decir que el Guerrero Pacífico me traspasó con su espada invisible...