lunes, 15 de agosto de 2011

INDIA DEL SUR. 14- KOCHI. El Crisol


Kochi (Cochín) está recubierta por una costra musgosa, húmeda. Es la pátina con la que ha impregnado esta ciudad el tiempo, la historia y el monzón.

Y doy fe de que es así. El tiempo en sus calles retrocede, en cada esquina se respira toda su historia con el aroma de las especias, y el monzón se nos mostró con toda su intensidad...

Vasco de Gama apuntó algo mejor que otros el astrolabio en su búsqueda de una vía a las especias y arribó a estas costas en 1498.
Por aquel entonces Kochi ya tenía una larga historia detrás: fenicios, romanos, cristianos sirios, árabes y chinos pasaron por aquí en su camino hacia las Molucas, en Indonesia, haciendo acopio de los preciados condimentos, de marfil y esencias, y dejando a su paso un poso de religiones, costumbres e inventos, como las redes chinas, arte de pesca legado por los mercaderes de la corte de Kublai Khan allá por el S. XV y aún en uso en las orillas de Fort Cochin y la isla de Vypeen. Ver cómo los pescadores manejan los contrapesos que sumergen la red es un espectáculo... como presenciar una danza.

Al intrépido portugués y sus compatriotas le seguirían holandeses y británicos, configurando un crisol de culturas y religiones difícil de encontrar en otro lugar. Mezquitas, sinagogas, iglesias y templos hindús conviven en armonía en la actualidad de sus barrios.

Esta ciudad de la costa tropical de Malabar está formada por una zona peninsular y un conjunto de islas. Nosotros nos alojamos en una de ellas: Fort Cochin, justo al lado de la casa en la que vivío Vasco de Gama y de la iglesia de San Francisco, la más antigua en india de construcción europea, nada menos que de 1503. En ella estuvo enterrado el portugués durante catorce años, hasta el traslado de su cuerpo a Lisboa en 1538. Aún se conserva su cenotafio, que visitamos.

Si China es el lugar donde puedes hacer dinero, Cochin es el lugar donde puedes gastarlo”, decía un comerciante de la época. 
Y podemos imaginarlo de camino al barrio judío de Mattancherry cuando pasamos por los almacenes anejos a los muelles. Allí todavía se amontonan los sacos de arpillera (de esos que ya no se usan en nuestro pais desde hace cincuenta años) conteniendo las preciadas especias: cardamomo, clavo, nuez moscada, cúrcuma, pimienta, comino, jengibre, cayena... y diferentes tipos de arroz, nunca había visto tantos.

Visitamos el palacio de Mattancherry, un regalo de los portugueses al rajá de turno en 1555, posiblemente más para asegurar sus privilegios mercantiles que por generosidad y reconstruido luego por los holandeses. Pero, sin duda, lo más singular el la sinagoga de Pardesi con sus baldosas de porcelana china de Cantón. Se hace increíble estar pisando algo tan delicado como bien conservado después de casi medio siglo.

Todo fue explorado, pateado, exhaustivamente: El barrio musulmán con su intrincada red de callejuelas; la isla de Vypeen con sus redes, sus escuelas y el acogedor pueblecito; Ernakulam, en el lado peninsular, esa sí, una ciudad típicamente india...
Los cruces entre islas, en transbordador y ferry. En este último apuré hasta la última parada y llegué a ser la única persona occidental en el animado barco. Que sensación más rara...

Y, para terminar, un repaso a las tradiciones autóctonas: Una exhibición de kalarippayat, arte marcial del S.XII, y otra de Kathakali, un teatro-danza no hablado antiquísimo en su origen en el que la historia se cuenta con la expresividad de la cara y los mudras realizados con las manos. El vestuario y, sobre todo, el maquillaje resultan impactantes. Y contemplar la sesión de maquillaje que los actores realizan cara al público con unas ragas de fondo (esa música hindú repetitiva que ayuda a inducir un trance meditativo pero que puede resultar insufrible a los no “iniciados”...), algo hipnótico.






  





                                                                           

INDIA DEL SUR. 13- BACKWATERS. Las arterias de Kerala


Los Backwaters, una intrincada red de canales y lagunas, unos 2.000 km., que separan el mar de tierra firme, ocupan un área de 900 km. cuadrados desde Alleppey (Alappuzha) hasta más al norte de Cochin, y son las arterias de Kerala, sus autopistas fluviales. Los sedimentos acumulados en la desembocadura de los ríos fueron generando una costa paralela. Los hombres, construyendo diques, hicieron el resto.


Recorrerlos en un Kettuvalam, una barcaza arrocera, entre palmeras y campos de arroz de un verde brillante, casi iridiscente, es una auténtica delicia.


Las aldeas se extienden sin solución de continuidad ni límites fijos por las orillas de sus canales. 

Ahí podemos ver, de nuevo, escenas de la vida cotidiana: el baño matutino, mujeres lavando los platos, hombres haciendo la colada con esa costumbre consistente en golpear la ropa contra una piedra, campesinos regresando de los arrozales, gente cruzando de una a otra orilla en pequeñas barcas, niños acudiendo al colegio... Y, a la vez, avistar águilas pescadoras, cormoranes, aningas, garzas, martinetes, martín pescador...(Éste está en casi todos los cables y nos lleva acompañando todo el camino. Será por eso que le han puesto su nombre a la cerveza local?).

También podemos bajar a visitar alguno de esos pueblos, apenas dos hileras de casas a cada lado del canal, como hicimos en Champakkulam, asistir a una misa ortodoxa o hacer alguna compra en su mercado-cooperativa.
Y acercarnos a una tienda de licores a comprar las cervezas para la cena (increíble lo deliciosa que era la comida que nos sirvieron a bordo), en un lugar en medio de la nada en el que tuvimos que hacer cola junto con los locales, como si se tratara de un banco, encajonados entre unas barreras metálicas mientras el tendero despachaba a través del ventanuco practicado en la reja que cubría el frente de la tienda y los parroquianos escondían las botellas entre los pliegues de sus dhoti. Como si se tratase de un acto clandestino... Que bárbaro!

O, sin más, podemos dejar que el ronroneo del motor y el sonido del agua nos vayan meciendo y adormeciendo mientras la brisa y el sol nos acarician la cara, sin nada más que hacer que dejar pasar el tiempo y disfrutar de unos momentos irrepetibles...

                                           
                                                     Backwaters
                                                                                                        Kettuvalam



                                               Esperando el "autobús"

                                                   Aseo matutino                                         


                                                          




                                                       
                                                       

                                             


INDIA DEL SUR. 12- ESTAMPAS DE KERALA. Playas y palacios

De los primeros días en Kerala estas imágenes son las que se han grabado con más fuerza en mi retina.

Playas...

Cerca de la turística Kovalam y sus playas, Vizhingam Harbour es algo más que un pueblo de pescadores. Se trata de un gran puerto pesquero que abastece a buena parte del sur de Kerala.

Al llegar llaman la atención las dos grandes mezquitas que dominan la playa, y la iglesia al fondo -Una extravagante estructura con forma de pagoda con una enorme virgen en una barca sobre su tejado (la del Carmen, tal vez. La equivalente de Kanyakumari? No sé, yo ya me pierdo...)-, que contrastan fuertemente con la sencillez y precariedad en que viven sus gentes.

La primera impresión del puerto sobrecoge: cientos de coloridas barcas abarrotan la bahía y una multitud en ebullición ocupa toda la playa.

Desde que amanece, y mientras hay luz, el lugar es un trasiego incesante de pequeñas barcas de pesca que entran en la playa con las capturas medio clasificadas en cuévanos (sobre todo grandes calamares) y los descargan rápidamente en enormes baldes de zinc para regresar inmediatamente al mar. Los baldes son porteados sobre su cabeza por hombres fibrosos de gesto entre sufrido y concentrado (deben de pesar muchísimo, pues se van hundiendo literalmente en la arena por el peso de la carga). Más adelante son clasificados en cajas que se rellenan con hielo y se transportan en motocarros hasta los alrededores de la carretera, desde donde salen en camiones a su destino.
La tarea ha de realizarse con rapidez, pues el calor, los cuervos, las moscas y la ausencia de frigoríficos apremian.

Otros lotes son subastados sobre la marcha, sobre la arena. Un poco más arriba algunas mujeres venden en puestecillos improvisados en el suelo los peces más pequeños, no aprovechables, para el consumo local. Grupos de hombres juegan a las cartas en un descanso de la faena y mascan bétel, que se vende en algún quiosco. Otros reparan los motores fueraborda...

Todo esto compone un cuadro singular e impactante, digno de ver.

Palacios...

Los palacios de los marajás de Travancore, que extendieron su dominio desde el 1500 en una zona que abarca parte de Tamil Nadu y Kerala, tienen nombres impronunciables y un denominador común: su grandiosidad y suntuosidad.

De ellos, el de Padmanabhapuram es el más antiguo e impactante. De hecho es el mayor complejo palaciego de toda Asia. Lástima que sólo pudimos echar un vistazo al exterior...

El de Utha Maliga, o de los caballos, con sus 200 años de antiguedad, fue la excusa para concertar un tuc-tuc y cubrir los 16 km. hasta la capital, Thiruvananthapuram (Trivandrum).
La experiencia (cuatro ocupantes más el conductor en el pequeño vehículo) fue muy divertida, y la visita mereció la pena, no sólo por el palacio: magníficos techos, columnas, balcones y galerías en ébano macizo talladas con bellas imágenes de caballos (de ahí su sobrenombre), estanques interiores que acumulaban el agua de lluvia en los que se bañaban las mujeres, lámparas belgas, espejos de murano, armas tradicionales, un impresionante trono de marfil hecho con los colmillos de 25 elefantes y otro de cristal, palanquines, grandes esculturas de madera representando figuras del kathakali... Además el templo de Sri Padmanabhaswamy es grandioso y las callecitas anejas con sus casas de tejados a dos aguas de tejas rojas, que recuerdan vagamente a las de Hoi An en Vietnam, son un remanso de encanto muy especial.

El de Krishnapuram es una “pequeña” residencia de verano, pero alberga unos preciosos frescos, algunas piezas de los yacimientos arqueológicos de Harappa y Mohenho Daro y una colección de monedas en las que me llamaron la atención unas del tamaño de una lenteja. Nunca las había visto tan pequeñas...

Los tres palacios son similares en aspecto y planteamiento. Y te hacen imaginar lo que debía ser vivir como un marajá.

Todo esto, como quien dice, a un paso del pueblo de pescadores. Qué contrastes! Qué vidas tan diferentes, tan desiguales...

                                                                               
                                                                       Faro beach

                                                                Sin comentarios...

                                                                     Vizhingam Harbour







                                         Palacio de Padnamabhapuram

                                                          Templo de Padmanabhaswamy