De los primeros días en Kerala estas imágenes son las que se han grabado con más fuerza en mi retina.
Playas...
Cerca de la turística Kovalam y sus playas, Vizhingam Harbour es algo más que un pueblo de pescadores. Se trata de un gran puerto pesquero que abastece a buena parte del sur de Kerala.
Al llegar llaman la atención las dos grandes mezquitas que dominan la playa, y la iglesia al fondo -Una extravagante estructura con forma de pagoda con una enorme virgen en una barca sobre su tejado (la del Carmen, tal vez. La equivalente de Kanyakumari? No sé, yo ya me pierdo...)-, que contrastan fuertemente con la sencillez y precariedad en que viven sus gentes.
La primera impresión del puerto sobrecoge: cientos de coloridas barcas abarrotan la bahía y una multitud en ebullición ocupa toda la playa.
Desde que amanece, y mientras hay luz, el lugar es un trasiego incesante de pequeñas barcas de pesca que entran en la playa con las capturas medio clasificadas en cuévanos (sobre todo grandes calamares) y los descargan rápidamente en enormes baldes de zinc para regresar inmediatamente al mar. Los baldes son porteados sobre su cabeza por hombres fibrosos de gesto entre sufrido y concentrado (deben de pesar muchísimo, pues se van hundiendo literalmente en la arena por el peso de la carga). Más adelante son clasificados en cajas que se rellenan con hielo y se transportan en motocarros hasta los alrededores de la carretera, desde donde salen en camiones a su destino.
La tarea ha de realizarse con rapidez, pues el calor, los cuervos, las moscas y la ausencia de frigoríficos apremian.
Otros lotes son subastados sobre la marcha, sobre la arena. Un poco más arriba algunas mujeres venden en puestecillos improvisados en el suelo los peces más pequeños, no aprovechables, para el consumo local. Grupos de hombres juegan a las cartas en un descanso de la faena y mascan bétel, que se vende en algún quiosco. Otros reparan los motores fueraborda...
Todo esto compone un cuadro singular e impactante, digno de ver.
Palacios...
Los palacios de los marajás de Travancore, que extendieron su dominio desde el 1500 en una zona que abarca parte de Tamil Nadu y Kerala, tienen nombres impronunciables y un denominador común: su grandiosidad y suntuosidad.
De ellos, el de Padmanabhapuram es el más antiguo e impactante. De hecho es el mayor complejo palaciego de toda Asia. Lástima que sólo pudimos echar un vistazo al exterior...
El de Utha Maliga, o de los caballos, con sus 200 años de antiguedad, fue la excusa para concertar un tuc-tuc y cubrir los 16 km. hasta la capital, Thiruvananthapuram (Trivandrum).
La experiencia (cuatro ocupantes más el conductor en el pequeño vehículo) fue muy divertida, y la visita mereció la pena, no sólo por el palacio: magníficos techos, columnas, balcones y galerías en ébano macizo talladas con bellas imágenes de caballos (de ahí su sobrenombre), estanques interiores que acumulaban el agua de lluvia en los que se bañaban las mujeres, lámparas belgas, espejos de murano, armas tradicionales, un impresionante trono de marfil hecho con los colmillos de 25 elefantes y otro de cristal, palanquines, grandes esculturas de madera representando figuras del kathakali... Además el templo de Sri Padmanabhaswamy es grandioso y las callecitas anejas con sus casas de tejados a dos aguas de tejas rojas, que recuerdan vagamente a las de Hoi An en Vietnam, son un remanso de encanto muy especial.
El de Krishnapuram es una “pequeña” residencia de verano, pero alberga unos preciosos frescos, algunas piezas de los yacimientos arqueológicos de Harappa y Mohenho Daro y una colección de monedas en las que me llamaron la atención unas del tamaño de una lenteja. Nunca las había visto tan pequeñas...
Los tres palacios son similares en aspecto y planteamiento. Y te hacen imaginar lo que debía ser vivir como un marajá.
Todo esto, como quien dice, a un paso del pueblo de pescadores. Qué contrastes! Qué vidas tan diferentes, tan desiguales...
Faro beach
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Vizhingam Harbour
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