Hace ya dos semanas que un avión me depositó, de regreso del otro lado del mundo, en Barajas; dos semanas de retomar un gesto tan habitual como abrir la puerta de casa y reconocer los perfiles de los objetos cotidianos sintiéndolos familiares pero ajenos, incluso sobrantes, a la vez; de revisar la correspondencia acumulada con extrañeza, como si no fuera conmigo esa vaina de bancos y facturas, aunque sea mi nombre el destinatario; de deshacer el equipaje y preguntarme si podré aligerar un poco más el próximo; de despertarme de madrugada con el desconcierto inicial de no saber dónde estoy hasta que la mente reacciona...
Dos semanas recuperando el contacto con la vida real: padres, trabajo, amigos... volviendo a la rutina, pero también a las ilusiones, proyectos y decisiones que quedaron en suspenso, aplazados a la vuelta del viaje.
No sé, es posible que haya viajes que te cambian la vida. Sé por referencias de alguno de ellos. No considero, en cambio, que los que yo hago sean de ese tipo. Son viajes organizados, aventura controlada, breves inmersiones guiadas en otras realidades, en otros mundos que están dentro de éste... Sin embargo algo se mueve con ellos.
Mi sensación a la vuelta es que ha habido un "desdoblamiento", una escisión interior y que esas dos capas tienen que volver a acoplarse al regreso -y lo van haciendo, con mayor o menor rapidez dependiendo de la intensidad del viaje-, para poder seguir en lo cotidiano. Mientras tanto el viaje continúa, cocinándose a fuego lento, por debajo del día a día recuperado, de forma más o menos inconsciente.
Y, a veces, si ha sido lo suficientemente intenso y uno lo suficientemente permeable, suceden pequeños cambios de rumbo, como si a uno no le quedara más remedio que apuntar un poco en otra dirección el astrolabio, como si cambiara el pulso con el que se agarra el timón en ese otro viaje, el que hacemos todo los días: nuestro particular, personal e intransferible viaje a Ítaca.
Pero para eso uno ha de estar dispuesto a ir un poco más allá de la superficie, de la foto típica, del souvenir... y elegir dar las "luces largas", atreverse, a veces empeñarse, a buscar respuesta a las preguntas que van surgiendo... en el viaje y también en el día a día. Creo que eso es lo que marca la diferencia entre el turista y el viajero... Pero también puedo estar equivocada.
Termino las crónicas de este intenso y vibrante viaje a India del Sur reiterando los agradecimientos iniciales y añadiendo otros:
A nuestra guía, Henar, que supo transmitirnos su entusiasmo y amor por todos los aspectos de este fascinante país y su cultura. Y que intentó facilitarnos nuestro disfrute más allá de lo que cabría esperar en un guía. Su sonrisa queda en mi recuerdo, y en mi corazón, como una de las más luminosas de India.
A nuestro conductor y ayudante, que nos condujeron por más de 3.000 km de vivas y nada fáciles carreteras e hicieron, sin hacerse notar, que el bus, nuestra segunda casa, fuera lo más confortable posible.
A mis compañeros de viaje, la pequeña familia adoptiva en la que durante un mes hemos compartido la ilusión por viajar, y tantas experiencias que quedan para el recuerdo con una sonrisa. Por lo que he aprendido con ellos y a través de ellos.
A mi amigo Tino por su generosidad y ayuda técnica dejándome a Ganesh, su pequeño laptop sin el cual no habría sido posible narrar estas crónicas en tiempo real. Y por estar ahí desde ese otro viaje, hace siete años, a India del Norte-Nepal. Ha sido un placer cerrar este círculo contigo.
A ese país caleidoscópico, fascinante y hermoso, aún en sus miserias y contradicciones, que me ha enseñado a sonreir más y, sobre todo, a poner más corazón en mis sonrisas: India.
Y a todas las personas, Auténticas, que lo habitan.
India Sur, Agosto-Madrid, Septiembre 2011
Dos semanas recuperando el contacto con la vida real: padres, trabajo, amigos... volviendo a la rutina, pero también a las ilusiones, proyectos y decisiones que quedaron en suspenso, aplazados a la vuelta del viaje.
No sé, es posible que haya viajes que te cambian la vida. Sé por referencias de alguno de ellos. No considero, en cambio, que los que yo hago sean de ese tipo. Son viajes organizados, aventura controlada, breves inmersiones guiadas en otras realidades, en otros mundos que están dentro de éste... Sin embargo algo se mueve con ellos.
Mi sensación a la vuelta es que ha habido un "desdoblamiento", una escisión interior y que esas dos capas tienen que volver a acoplarse al regreso -y lo van haciendo, con mayor o menor rapidez dependiendo de la intensidad del viaje-, para poder seguir en lo cotidiano. Mientras tanto el viaje continúa, cocinándose a fuego lento, por debajo del día a día recuperado, de forma más o menos inconsciente.
Y, a veces, si ha sido lo suficientemente intenso y uno lo suficientemente permeable, suceden pequeños cambios de rumbo, como si a uno no le quedara más remedio que apuntar un poco en otra dirección el astrolabio, como si cambiara el pulso con el que se agarra el timón en ese otro viaje, el que hacemos todo los días: nuestro particular, personal e intransferible viaje a Ítaca.
Pero para eso uno ha de estar dispuesto a ir un poco más allá de la superficie, de la foto típica, del souvenir... y elegir dar las "luces largas", atreverse, a veces empeñarse, a buscar respuesta a las preguntas que van surgiendo... en el viaje y también en el día a día. Creo que eso es lo que marca la diferencia entre el turista y el viajero... Pero también puedo estar equivocada.
Termino las crónicas de este intenso y vibrante viaje a India del Sur reiterando los agradecimientos iniciales y añadiendo otros:
A nuestra guía, Henar, que supo transmitirnos su entusiasmo y amor por todos los aspectos de este fascinante país y su cultura. Y que intentó facilitarnos nuestro disfrute más allá de lo que cabría esperar en un guía. Su sonrisa queda en mi recuerdo, y en mi corazón, como una de las más luminosas de India.
A nuestro conductor y ayudante, que nos condujeron por más de 3.000 km de vivas y nada fáciles carreteras e hicieron, sin hacerse notar, que el bus, nuestra segunda casa, fuera lo más confortable posible.
A mis compañeros de viaje, la pequeña familia adoptiva en la que durante un mes hemos compartido la ilusión por viajar, y tantas experiencias que quedan para el recuerdo con una sonrisa. Por lo que he aprendido con ellos y a través de ellos.
A mi amigo Tino por su generosidad y ayuda técnica dejándome a Ganesh, su pequeño laptop sin el cual no habría sido posible narrar estas crónicas en tiempo real. Y por estar ahí desde ese otro viaje, hace siete años, a India del Norte-Nepal. Ha sido un placer cerrar este círculo contigo.
A ese país caleidoscópico, fascinante y hermoso, aún en sus miserias y contradicciones, que me ha enseñado a sonreir más y, sobre todo, a poner más corazón en mis sonrisas: India.
Y a todas las personas, Auténticas, que lo habitan.
India Sur, Agosto-Madrid, Septiembre 2011
Grupo India del Sur Agosto 2011