sábado, 16 de julio de 2011

EL ROSTRO TEHUELCHE

Caminando arriba y abajo por la "calle" de Calafate, entre sus abigarradas y coloridas tiendas de souvenirs sólo una me atrajo, pequeña, austera, del color de la tierra. Desde su escaparate me miraban silenciosas unas tallas de madera.

Estaba atardeciendo. Al traspasar la puerta vi al arte-sano trabajando en un pequeño espacio, a la vista del cliente, en uno de esos rostros. La música y las portadas de los libros sobre culturas indígenas me llevaron a lugares misteriosos pero, aún así, ya familiares.

Me contó del lugar donde iba a por la madera, no recuerdo ahora, pero estaba de camino a ese glaciar tan nombrado; de cómo le pedía permiso a la Tierra y a la lenga antes de tomar los pedazos que sentía más adecuados, y de cómo la madera le iba revelando poco a poco el color de su corazón -a veces le sorprendía un verde intenso dentro de un envoltorio quemado-, y guiaba su mano en la talla de ese rostro tehuelche, siempre una mitad, como si se tratara de un pacto, del necesario equilibrio con la Naturaleza.

Había llamado mi atención una en el escaparate, retorcida, oscura, medio descortezada. Era de un indio rebelde y fiero, por lo que me contó. Pero dentro había otra de mirada serena que sentí que era la adecuada en este momento. Para mis adentros la llamé "El Observador".

Venciendo mi inclinación a ir ligera de equipaje me la llevé junto con unas cuantas referencias bibliográficas, un curioso certificado de fabricación en el que el autor, Fernando Arteaga, oriundo de Patagonia, me transfería la propiedad de la talla, y un fuerte apretón de mano.

Me acompañó el resto del viaje desde su firme envoltorio del que a punto estuvo de salir en la frontera chilena, con sus estrictas prohibiciones. Pero esta vez el funcionario no era un prolijo rebuscador, como el que cinco años antes encontró en un recóndito lugar de mi mochila la mandarina que yo llevaba varios días buscando... Fui cargándome con su energía y compartiendo con ella la emoción de esos lugares...

Y ahora está donde tiene que estar, en la repisa de un departamento en la calle Baradero, en Buenos Aires. Desde ahí contempla en cada amanecer porteño el paso de las estaciones y acompaña a un amigo.
No, más bien, un hermano.

M.G.
Patagonia. Argentina. Agosto 2010

 http://mapahumano.fiestras.com/


                                            







1 comentario:

Anónimo dijo...
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