Dicen que Agosto no es buena época para viajar a Patagonia, que el invierno austral es muy duro...
Había soñado con ese viaje a la vuelta de la ruta Transamericana, cinco años antes. En el sueño contemplaba un frío amanecer a la orilla del mar... Cuando desperté sentí que había sido un sueño especial, inquietante de tan real. Aún lo recuerdo como si hubiera ocurrido ayer.
El deseado viaje se fue aplazando. No conseguía organizarme para ajustarme a las fechas ideales, nuestro invierno, para hacerlo coincidir con la primavera-verano allí. Hasta que, un buen día, esa necesidad interna de ave migratoria me apremió tanto que, sin pensar, mis pasos me llevaron a la agencia y me descubrí reservando el viaje en la peor época, que luego resultó, por muchos motivos, la mejor...
Tras una breve estancia en la querida Buenos Aires volamos a Península Valdés. Era plena temporada de ballena franca.
Las había visto antes, hacía diez años, cerca del archipiélago de las Mitsio, en Madagascar, a lo lejos, apenas la cola y una fugaz estela de espuma; y tres años antes en la bahía de Utría (el Chocó, Colombia), desde la playa, un festival de saltos y chorros al atardecer, alucinante!
Pero lo de este año fue insuperable.
Ver las ballenas al amanecer en la playa del Doradillo a mí ya me valió el viaje: Hembras amamantando a las crías al lado de la orilla (la costa gana profundidad tan rápido que se acercan sorprendentemente) y chorros por todas partes.
Luego siguió un delirio de colas, saltos y cortejos nupciales en Punta Pirámides.
Estuvimos un buen rato contemplándolas a placer con motor parado. Hacía un día tan espléndido y soleado que no parecía invierno.
En esto que el vigía nos puso sobre aviso: Una ballena se acercaba... Podían verse las manchas blancas de su lomo bajo el agua. Increíble! Estuvo nadando un rato cerca del costado de la lancha. Subía y bajaba, giraba y torcía la cabeza mostrando un ojo curioso e inteligente (así lo sentí más que lo pensé). Hasta que se alejó y dejamos de verla.
Tras unos momentos de expectación (¿?) ocurrió la magia: Reapareció de repente y enfiló a la barca, subiendo desde el fondo a la vez que se acercaba, muy rápido. Venía directa hacia donde yo estaba asomada. Será posible!!?? Por unos instantes creí que chocaría con nosotros o que golpearía con el morro encima y nos volcaría. Me asusté y pegué un respingo. Pero frenó justo delante de la borda, su morro ante mí, al alcance de la mano...
Fue todo tan rápido que casi no tuve opción más que para darme cuenta de que estaba viviendo un momento que marcaría un antes y un después.
Una amiga dice que se vino a darme un beso... No sé, pero no exagero si digo que hubo unos instantes de comprensión o de conexión con la inteligencia del animal, o de conciencia compartida, como un encuentro cósmico (y no estaba fumada ni me había tomado todavía unas quilmes), que ya no dudaré no fueron un sueño porque está la foto (gracias Celso!), a pesar del/la de la cámara de vídeo que se puso delante de mí. La manchita blanca de la izquierda abajo es la borda de la barca y la roja es el cuello de mi anorak. Qué fuerte!!!
Mi foto salió borrosa, el animal no cabía de tan cerca como estaba, con sus moluscos incrustados, sus barbas y su boca imposible (por fin pude entender cómo es la boca de una ballena!) y yo estaba demasiado emocionada como para fotos.
Me costó contener las ganas de tocarla cuando el capitán de la lancha dijo: "Aunque puedan tocarla no lo hagan!". Pero sí que la toqué, ya lo creo, de un modo muy, muy especial.
Ver las ballenas al amanecer en la playa del Doradillo a mí ya me valió el viaje: Hembras amamantando a las crías al lado de la orilla (la costa gana profundidad tan rápido que se acercan sorprendentemente) y chorros por todas partes.
Luego siguió un delirio de colas, saltos y cortejos nupciales en Punta Pirámides.
Estuvimos un buen rato contemplándolas a placer con motor parado. Hacía un día tan espléndido y soleado que no parecía invierno.
En esto que el vigía nos puso sobre aviso: Una ballena se acercaba... Podían verse las manchas blancas de su lomo bajo el agua. Increíble! Estuvo nadando un rato cerca del costado de la lancha. Subía y bajaba, giraba y torcía la cabeza mostrando un ojo curioso e inteligente (así lo sentí más que lo pensé). Hasta que se alejó y dejamos de verla.
Tras unos momentos de expectación (¿?) ocurrió la magia: Reapareció de repente y enfiló a la barca, subiendo desde el fondo a la vez que se acercaba, muy rápido. Venía directa hacia donde yo estaba asomada. Será posible!!?? Por unos instantes creí que chocaría con nosotros o que golpearía con el morro encima y nos volcaría. Me asusté y pegué un respingo. Pero frenó justo delante de la borda, su morro ante mí, al alcance de la mano...
Fue todo tan rápido que casi no tuve opción más que para darme cuenta de que estaba viviendo un momento que marcaría un antes y un después.
Una amiga dice que se vino a darme un beso... No sé, pero no exagero si digo que hubo unos instantes de comprensión o de conexión con la inteligencia del animal, o de conciencia compartida, como un encuentro cósmico (y no estaba fumada ni me había tomado todavía unas quilmes), que ya no dudaré no fueron un sueño porque está la foto (gracias Celso!), a pesar del/la de la cámara de vídeo que se puso delante de mí. La manchita blanca de la izquierda abajo es la borda de la barca y la roja es el cuello de mi anorak. Qué fuerte!!!
Mi foto salió borrosa, el animal no cabía de tan cerca como estaba, con sus moluscos incrustados, sus barbas y su boca imposible (por fin pude entender cómo es la boca de una ballena!) y yo estaba demasiado emocionada como para fotos.
Me costó contener las ganas de tocarla cuando el capitán de la lancha dijo: "Aunque puedan tocarla no lo hagan!". Pero sí que la toqué, ya lo creo, de un modo muy, muy especial.
Al día siguiente, en Bahía Bustamante, al lado de un pueblo alguero abandonado, pudimos ver más abriendo la boca fuera del agua y mostrando las barbas filtradoras, algo muy inusual, al parecer.
Fue allí, en esa playa, donde reconocí los colores de aquel amanecer soñado cinco años antes. Y donde pudimos contemplar otras muchas maravillas como leones marinos tomando el sol y nadando traviesos hacia nuestra lancha, y los restos de un bosque prehistórico petrificado. Pero eso es otra historia...
Fue allí, en esa playa, donde reconocí los colores de aquel amanecer soñado cinco años antes. Y donde pudimos contemplar otras muchas maravillas como leones marinos tomando el sol y nadando traviesos hacia nuestra lancha, y los restos de un bosque prehistórico petrificado. Pero eso es otra historia...
En fin...
Si puedes, no dejes que tu vida pase sin vivir la experiencia única de tener cerca una ballena.
M.G.
Patagonia Argentina. Agosto, 2010
Leviatán o la ballena. Philip Hoare. Ático de los libros. 2010
4 comentarios:
Espectacular reportaje (como todos lo que he leído) es una bendición los regalos que la vida te ha dado porque reconoce en ti a alguien especial y la ballena tan solo fue a decírtelo al oído !!
Un beso,
Adri
No puedo encontrar mejor forma de corresponder a esta entrañable crónica que hacerme eco de ella en mi blog. Me has hecho sentir tu estremecimiento, pero, sobre todo, el estremecimiento de esa ballena intrigada por alguien diferente y hermoso, de corazón limpio y alma abierta, con los pies en la tierra, el alma en el cielo, y el corazón nadando con ella en ese océano inmenso de la hermandad sin nombre. Gracias, amiga.
Precioso relato. Me ha emocionado como si estuviera a tu lado en ese barco y os viera juntas a ti y a la ballena. Ella tampoco te habrá olvidado.
Encantador el relato y preciosas las fotos. Nunca las he sentido así de cerca y amistosas estas maravillas de la naturaleza. Muchas gracias por tu trabajo, aunque lo haya visto tan tarde. Enhorabuena Marisa. Antonio.
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