Tras la mañana de caza compartida con los Hadzabe (entrada del blog del 19 de julio) nos disponíamos a pasar la tarde en un poblado Datoga.
Si la visita a los Hadzabe fue como retroceder a la Edad de Piedra, con los Datoga íbamos a dar el salto a la Edad de Hierro en el transcurso de unas pocas horas y unos pocos kilómetros.
Primero tuvimos que solventar un pequeño problema: Nuestro camión, que llevaba varios días renqueante, se negó a arrancar. De nada sirvió el voluntarioso esfuerzo del grupo de turistas empujando (David versus Goliat). Tras unos cuantos agotadores intentos tuvimos que desistir.
Cubrir los doce kilómetros que separaban nuestro campamento del poblado atravesando el secarral en dirección incierta bajo un sol inclemente quedó descartado de inmediato. Máxime teniendo en cuenta las pocas horas de luz que quedaban por delante.
Así que nuestro guía se acercó a la aldea vecina en busca de un medio de transporte alternativo. Al cabo de un buen rato regresó como copiloto de un local en un desvencijado Land Rover. "Vamos, arriba!!".
Nos miramos entre nosotros y a él con una mezcla de sorpresa, incredulidad y estupefacción. "Ahí!!??". "Sí, es lo que hay...". "Pero ahí no cabemos todos! Habrá que hacer dos viajes...". "No hay tiempo para dos viajes. Venga, subid!!". Al otro lado del parabrisas el conductor asentía con una sonrisa blanquísima, infantil, que contrastaba con la negrura de su cara.
La caja de la pickup estaba tan carcomida por el óxido que se mostraba agujereada y en algunos puntos podía verse el eje y el suelo a su través.
Nos encajamos como pudimos, como si de batir un récord Guiness se tratara, y emprendimos la aventura hacia los Datoga por un camino, a veces poco más que una torrentera, que zigzagueaba ascendiendo, atravesando una sabana salpicada de acacias espinosas y baobabs. Al paso por las aldeas una nube de niños gritones nos seguía correteando y agitando las manos. Y en cada curva el temor a volcar nos provocaba gritos y risas nerviosas.
Notar la bofetada de aire caliente en la cara, el mordisco del sol en los hombros y la velocidad cruzando aquel lugar en medio de ninguna parte me produjo una intensa y salvaje sensación de libertad que aún reproduzco con sólo cerrar los ojos.
El poblado eran apenas cuatro chozas de adobe y bosta con techo de paja. En una pequeña explanada se mostraba de forma improvisada la actividad que enorgullecía a los Datoga: una rudimentaria fragua en la que producían filos para básicos instrumentos de cultivo y caza, incluidas las puntas de flecha que intercambiaban con los Hadzabe por pieles. También había alguna concesión a lo ornamental en forma de pulseras y gargantillas doradas que elaboraban fundiendo candados viejos, muchos de ellos aportados por los turistas. Y es que África es el paraíso del reciclaje hecho creatividad...
El Jefe del clan, al que se distinguía fácilmente por sus ostentosos collares, nos mostraba orgulloso todo aquello, sus "posesiones". Éstas incluían sus tres mujeres, que luego cantaron y bailaron, con poco entusiasmo la verdad, para nosostros. La mayor se mantenía en un discretísimo plano. La segunda cargaba con un bebé y ejercía, ceñuda, su autoridad inflexible al regateo gestionando el puestecillo de artesanía y también dentro de la insalubre choza (con gallina incluida), donde el humo y el hollín impregnaban todo. Aún así había un gesto de amargura en su cara... Pero la que llamó poderosamente mi atención fue la más joven, una niña apenas púber, ataviada con un elaborado y colorido vestido. "El capricho del Jefe...", pensé.
No pude evitar fantasear sobre la relación de esas mujeres entre ellas y con el hombre y cómo la jovencita también sería desplazada cuando la maternidad y las duras condiciones de vida le hicieran perder atractivo y el Jefe se encaprichara de otra niña-mujer. En fin... la eterna historia reproducida en tantas culturas.
Terminamos la visita con unos bailes de confraternización, en los que participó alguno de los compañeros, y unas fotos a la luz del atardecer. De uno de esos maravillosos atardeceres africanos que quedó impreso en mi retina mientras, a la vez, se imprimía mi imagen sujetando a un cabritillo nacido con las primeras luces del día.
Nacimiento, Muerte,...Vida.
M.G.
Tanzania. Agosto 2008.
Notar la bofetada de aire caliente en la cara, el mordisco del sol en los hombros y la velocidad cruzando aquel lugar en medio de ninguna parte me produjo una intensa y salvaje sensación de libertad que aún reproduzco con sólo cerrar los ojos.
El poblado eran apenas cuatro chozas de adobe y bosta con techo de paja. En una pequeña explanada se mostraba de forma improvisada la actividad que enorgullecía a los Datoga: una rudimentaria fragua en la que producían filos para básicos instrumentos de cultivo y caza, incluidas las puntas de flecha que intercambiaban con los Hadzabe por pieles. También había alguna concesión a lo ornamental en forma de pulseras y gargantillas doradas que elaboraban fundiendo candados viejos, muchos de ellos aportados por los turistas. Y es que África es el paraíso del reciclaje hecho creatividad...
El Jefe del clan, al que se distinguía fácilmente por sus ostentosos collares, nos mostraba orgulloso todo aquello, sus "posesiones". Éstas incluían sus tres mujeres, que luego cantaron y bailaron, con poco entusiasmo la verdad, para nosostros. La mayor se mantenía en un discretísimo plano. La segunda cargaba con un bebé y ejercía, ceñuda, su autoridad inflexible al regateo gestionando el puestecillo de artesanía y también dentro de la insalubre choza (con gallina incluida), donde el humo y el hollín impregnaban todo. Aún así había un gesto de amargura en su cara... Pero la que llamó poderosamente mi atención fue la más joven, una niña apenas púber, ataviada con un elaborado y colorido vestido. "El capricho del Jefe...", pensé.
No pude evitar fantasear sobre la relación de esas mujeres entre ellas y con el hombre y cómo la jovencita también sería desplazada cuando la maternidad y las duras condiciones de vida le hicieran perder atractivo y el Jefe se encaprichara de otra niña-mujer. En fin... la eterna historia reproducida en tantas culturas.
Terminamos la visita con unos bailes de confraternización, en los que participó alguno de los compañeros, y unas fotos a la luz del atardecer. De uno de esos maravillosos atardeceres africanos que quedó impreso en mi retina mientras, a la vez, se imprimía mi imagen sujetando a un cabritillo nacido con las primeras luces del día.
Nacimiento, Muerte,...Vida.
M.G.
Tanzania. Agosto 2008.
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