lunes, 22 de agosto de 2011

INDIA DEL SUR. 19- LA INDIA SIN ZAPATOS


En India, más en el campo pero también en la ciudad, muchas personas caminan descalzas.
Esto resulta muy chocante para nuestras escrupulosas mentes occidentales, sobre todo, porque las calles no están precisamente limpias...
El monzón complica las cosas. Caminar por un mercado y sus inmediaciones (bueno, por todos lados) resbalando en el barro, chapoteando entre detritus de todo tipo y esquivando charcos navegables desafía cualquier estómago y ni ir calzado te salva. Hacerlo descalzo sería ya mucho...

Hay que tener cuidado también con la costumbre que tienen de escupir indiscriminadamente sin mirar si tu pie está al lado... Afortunadamente aquí no está tan extendido como en el norte el hábito, ya penalizado, de mascar bétel. Sus cercos rojizos en el suelo no resultan muy agradables...

A estas alturas del viaje, con tanto templo, ya hemos ido entrenando nuestros pies. Los más cuidadosos se protegen con calcetines de las baldosas recalentadas y la suciedad (muchos de los templos tienen gran parte de sus superficie descubierta y a veces hay que dejar los zapatos bastante antes de la entrada y recorrer calles sin asfaltar), y luego se limpian cuidadosamente con toallitas húmedas -esa gran aportación de la tecnología al viajero-, antes de volver a calzarse. Otros ya vamos pasando...

Hay días en que este trajín de quita y pon zapatos es intenso, hasta cinco y seis veces, y llegamos a pasar buena parte de la jornada descalzos. La vida del turista es así de dura...

En uno de esos días especialmente ajetreado, a la salida del último templo visitado, Tino me comenta que al lado hay una pequeña escuelita en la que podría dejar los cuadernos, lápices y bolis que cargo durante el viaje. Así que voy para allá. En un espacio muy sencillo, escueto, los niños hacen sus deberes en el suelo, sobre esterillas. Una pizarrita y una mesa a la que está sentado el profesor de sánscrito componen el único mobiliario de la estancia. Me impresionan la amabilidad y humildad del maestro y la expectación contenida de los niños.

Nada más salir subimos al bus. Me espera un buen masaje ayurvédico en el hotel...
Ya hacia las afueras del pueblo me pongo a buscar en mi mochila. Tengo la sensación de que me falta algo...
Miro debajo de los asientos y noto algo raro al ver mis pies descalzos. “Y mis sandalias??!!”. No recuerdo habérmelas quitado en el bus...
Tras unos instantes de desconcierto caigo en la cuenta con estupefacción. “No puede ser!! No me lo puedo creer...!!” Me las quité para entrar en la escuela y luego ya no me las puse!
Paro el bus y bajo corriendo de un salto a la carretera. Cogemos un rickshaw y nos vamos para allá. Y ahí estaban... En todo el trayecto soy consciente de la “desnudez” de mis pies. No entiendo cómo se me ha podido pasar por alto antes. En qué estaba pensando??

Luego me comenta una compañera sevillana, con esa gracia que tienen contando las cosas que no se puede aguantar..., “Yo ya había visto que ibas descalza... Me llamó la atención que ibas hablando como si tal cosa sin mirar al suelo, y mira que había chinas gordas... Pero pensé: hay que ver con qué facilidad se integra la gente...”

En fin... ahí queda la anécdota. Luego viene la reflexión, el aprendizaje.
La India te enseña a relativizar... hasta esto. 
Si se puede ir por la vida sin zapatos, de cuántas cosas más se puede prescindir?









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