domingo, 30 de septiembre de 2012

RUMBO A BEIJING. 4- Aterrizando...


Me despedí a a toda prisa de Katia y su familia sin saber si nuestros destinos se cruzarían  antes del regreso al cabo de un mes, a pesar de haber compartido tantos momentos planeando el viaje…, y me monté en el taxi tras mostrarle al perplejo taxista la dirección en chino con el teléfono de destino que llevaba escritos y asegurarme de que pusiera en marcha el taxímetro.
Pude comprobar entonces, y luego, a lo largo del viaje, que este punto es fundamental para hacerse entender, pues casi nadie conoce los mínimos rudimentos de inglés y muy pocos se manejan en pinyin (la transcripción fonética del mandarín en caracteres latinos). Eran las 12 a.m., acababa de comenzar la ceremonia con la que la WFCMS ( World Federation of Chinese Medicine Societies) daba por inauguradas nuestras prácticas en el hospital Huguosi, y yo estaba a 25 Km. de Beijing.
Enfilamos hacia la ciudad por una espaciosa autopista de cinco carriles que al poco ya estaba colapsada en un fenomenal atasco. El cansancio del viaje, el calor, y la impaciencia empezaron a hacer mella. Imaginaba que a ese paso no iba a llegar ni a los postres y que la carrera iba a costarme un riñón y una dura negociación con el taxista.
“Vamos, Marisa! Wu wei…” me dije, en un  intento por relajarme. Y funcionó!
A lo lejos, en el horizonte, empezaban a vislumbrarse enormes torres sin forma definida de ciudad entre puentes, cambios de sentido, túneles, pasos elevados y señales que iban indicando, uno tras otro, los seis anillos de circunvalación de la ciudad. Me sentía desubicada e intimidada por aquella magnitud incomprensible en la que iba a transcurrir mi próximo mes, con una sensación mezcla de excitación, curiosidad y agobio.
Según nos acercábamos el tráfico volvió a intensificarse. Pensé que a duras penas podría aguantar en un lugar así ese tiempo, y menos plantearme vivir una temporada…
Al cabo de una hora y cuarto estaba presentándome en el salón del hotel de la organización donde mis compañeros de cuatro años acababan de empezar a comer, tras despedirme entre sonrisas del amable taxista (la carrera 100 yuanes, unos 13 euros). “Como tantas veces lo imaginado no se corresponde con la realidad final y la preocupación sólo sirve para alejarte del momento presente”, pensé.
Se me hacía tan raro estar allí con mis mochilas y ver a mis compañeros de “aventura”…!! La surrealista sensación se acentuó al ver a dos de los que iban a ser nuestros traductores, Tim, un gigante de rasgos chinos pero de fuerte acento porteño (su lugar de nacimiento), y  Cristóbal, un occidental (de Bilbao para más señas) capaz de emitir los guturales sonidos locales con gran soltura.

Tras la comida, la bienvenida oficial, las fotos de rigor, la visita al banco ( allí no cierran ni los domingos) para cambiar dinero, hacer el pago de los casi 1000 euros por las tres semanas de prácticas y otras actividades programadas, y comprar una tarjeta para el móvil liberado que llevaba para comunicarme localmente (La forma más barata de hacerlo), nos dirigimos a la zona donde se ubican los hospitales para localizarlos y luego tomamos el metro camino del hotel.
La sensación al salir al exterior en nuestra estación, Guloudajie, en medio del caos de la ampliación metropolitana, la ruidosa actividad de la calle con sus puestos ambulantes y el tráfico, el calor, la humedad, el peso de la mochila, el sudor y cansancio del viaje; la expectación con la que escruto el horizonte hasta reconocer, por encima de los tejados, la torre del la Campana y el destartalado cartel anunciador de nuestro hotel (Zaoyuanju-Hutong inn) al que accedemos por un callejón (haciendo honor a su nombre); la rápida ducha tras ubicarme en la habitación, y la salida a explorar los alrededores... se graban en todas mis memorias con intensidad.
 
Quedan impresas, contrastadas, algunas imágenes por encima del resto: La vieja bicicleta al lado del Bentley coupé, el gato sonriente de la suerte dándome la bienvenida en un escaparate (así lo sentí yo al menos…), el primer atardecer en el lago, y la cena con mis compas, con la mesa giratoria acercándonos platillos de aspectos y sabores variopintos…
 
No está mal para el primer día!!
 
Me caigo de sueño… A las 6.50 a.m. en el hall, que hay que estar en el hospital a las 8!! Hasta mañana chic@s…! Que descanséis…
 
 

1 comentario:

Joaquin dijo...

Marisa, no nos abandones. Me falta ese soplo de aire fresco que impregna tus vivencias y me ayuda a desprenderme de la fútil cascara de superficialidad con la que nos envuelve nuestra sociedad. Un abrazo