Las carreteras en India son un río de Vida que se muestra como un celeidoscopio al turista cómodamente instalado en un bus con aire acondicionado del que sólo baja, a regañadientes, para hacer las visitas de turno.
Realmente, hacen verdad eso de que lo importante no es el destino, sino el camino...
Podría hablar del templo de Nataraja (la danza cósmica de Shiva), en Chidambaram, con sus gopurams (torres) repintada en vivos colores, tan diferentes a las policromías originales, ya perdidas, y que le hacen parecer, como al resto de templos de la zona, una falla; de la puja que presenciamos en su altar mayor (sorprendentemente parecida a nuestra comunión...); y de la casta de los Brahmanes, muy endogámicos y poderosos en esta zona (estas cosas veo que son igual en todas partes...), con la mitad derecha de la cabeza rapada y el pelo recogido en un moño en la otra mitad.
O del templo de Mahamakham, en Kumbakonam, con su enorme estanque bordeado de ghats (escalones que entran en el agua donde se realizan las abluciones) que la leyenda dice que es alimentado por las aguas del Ganges cada doce años. Y del delicioso pollo tandoori con una salsa impronunciable que comí allí (lástima que falló la cerveza, que muy pocos locales sirven por los altos impuestos que han de pagar y que es auténtico artículo de lujo para ellos).
O de Dharasuram, pequeño y tranquilo pueblo desprovisto de turistas, con su hermosísimo templo de Airatesvara, patrimonio de la UNESCO, dedicado, de nuevo, a Shiva, el dios de la creación-destrucción.
Pero prefiero extenderme en el camino...
Como decía, las carreteras en India son tema aparte... Aunque tengan solo dos carriles y pintada la raya central, son vías de múltiple dirección e innumerables carriles.
Una riada de personas recorren la calzada y las cunetas, la mayoría descalzos: Campesinos ataviados con el dhoti (especie de falda-pareo que a menudo recogen enrollada como un pañal), niños que acuden a la escuela caminando o en bici con sus vistosos uniformes, mujeres de coloridos saris con recipientes y otros cargamentos sobre la cabeza...
Los coches los esquivan invadiendo el carril contrario, siendo a su vez sorteados por los vehículos que vienen de frente. Motos y bicis se cuelan por los huecos que van quedando... Mientras tanto, un perro o vaca se cruza y es también esquivado o provoca un buen frenazo. Por no hablar de los que atraviesan la calzada para tomar un desvío sin la menor indicación ni miramiento. Curiosamente, entonces es casi cuando menos pitan...
Esta ausencia de normas de tráfico y la impunidad en los adelantamientos, unidas a que aquí se conduce por la izquierda (otra herencia del colonialismo inglés) convierten el trayecto en una aventura no apta para cardiacos y hacen que, al final, no sepas si vas o vienes.
Eso sí, una aventura entretenidísima, pues hay vehículos de todo tipo: carros tirados por cebúes cargados con cosechas, motocarros y camionetas de estética kitch decorados con imágenes de Ganesh (el dios-elefante símbolo de prosperidad y buena suerte) o de otros dioses... y demonios, desvencijados buses con luces multicolores a destinos insólitos (hasta 22 letras pude contar en el nombre de uno de ellos) ABSOLUTAMENTE abarrotados ( digo yo que cómo harán para bajarse...), motos con dos adultos y varios niños enmedio en plan sandwich, colgados de la madre como monitos o sentados sobre el manillar... Todo un espectáculo.
Además, estas carreteras van atravesando animadísimos pueblos de arquitecturas imposibles con mercados y negocios de todo tipo que se abren a la vía y puestecillos a pie de cuneta, por lo que un vistazo te muestra, en un flash, mil estampas de la vida cotidiana y mil oficios conviviendo: carpinteros, sastres, soldadores, caldereros, albañiles, zapateros...
1 comentario:
Qué guapa estás en la foto y qué cara de ilusión y paz llevas. Vaya templos más hermosos. Me siguen encantado las fotos de los personajes. Son espléndidas y tu relato magnífico. Besitos y cuidadín con ese tráfico.
Vicky
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